La vuelta a casa andando en aquella inhumana y congelada noche de invierno se estaba convirtiendo en todo un reto. Era mas tarde de lo normal, y me sentía cansado y solo a través de aquellas calles vacías. Con el cerebro con la actividad bajo mínimos iba inmerso en mis pensamientos, como un refugio. Para soportarlo y tratar de, al menos, que la batalla no terminara con goleada.
Serpenteando por las ciudad pensaba que aquella era tranquila, sin grandes riesgos, que podías hacer el recorrido sin miedo a encontrarte con nada extraño, lo cual agradecí.
Tan solo al girar algunas esquinas podía recibir una corriente de aire frío y húmedo que hacía que instintivamente contrajera todos los músculos del cuerpo, como si eso fuera a protegerme.
Tras un buen rato y acercandome al final del trayecto, pude ver de lejos a un grupo de jóvenes que se me acercaban. Levanté unos instantes la cabeza para tratar de adivinar que intenciones podian llevar, mas que nada porque durante el paseo no habia cruzado con nadie aun. Nada destacable.
Tras un rato de camino, casi llegando a casa, cerca de un paso de cebra oculto en una zona poco iluminada, veo que lo está terminándo de cruzar una figura que me resulta familiar pero que no acierto a distinguir.
Según me voy acercando veo que es una chica de baja estatura, vestida de colores oscuros y con mallas que me mira mientras avanza.
Al llegar a su altura descubro que tiene solo destapados los ojos que siguen mirándome y, a pesar de ello, logro reconocerla e intuyo una ligera sonrisa espectante tras su bufanda.
Es una buena amiga del pasado, que conocí empezando la adolescencia, con la que tuve algo en su momento pero de la que ya habia perdido la pista.
Llegó a colgarse durante un tiempo de mi, tambien la quise, pero no tuvimos ninguna oportunidad. O no nos la dimos. Entonces viviamos en ciudades diferentes y nos veíamos poco con lo que nada terminó, porque nada empezó realmente.
Poco tiempo después, harta de muchas cosas, cogó sus bártulos y se marchó lejos a buscarse la vida como actriz. A partir de ese momento dejé de saber de ella.
Sigo caminando y encaro mi calle. Es la mas oscura y vacia. El frio viento de invierno es mas vengativo en esa zona y hace que encoja los hombros con fuerza y acelere el paso.
Mientras, en mi cabeza, el recuerdo cálido de su sonrisa y de aquella historia se me mezcla con el dolor punzante de pensar que todo aquello, de haber sido hoy, quizá hubiera funcionado.